Ni a los romanos, ni a los temibles Vikingos, ni a los Egipcios o a los piratas...lo único que la pequeña aldea de irreductibles galos temía era que el cielo cayera sobre sus cabezas.Y así ha ocurrido, si bien desde los primeros kilómetros de la X Media Maratón de Getafe, la lluvia hacía su aparición, acompañada de ráfagas de viento, no ha sido hasta pasada la hora de carrera que el cielo se ha roto y ha comenzado a caer sobre nuestras cabezas en forma de diluvio universal.
No obstante, aquel que piense que por las circunstancias adversas, se ha visto deslucida la carrera lo más mínimo, se equivoca, ¡y mucho!.
El día de hoy ha sido un día de lucha, de entrega y superación personal, y de labrar una gran gesta para todos y cada uno de los que hemos formado parte de este gran evento.
La organización, ha sido cinco estrellas: buena distribución para la entrega de chip y dorsales, salida doble de la carrera, a ambos lados de una calle con bulevar para reducir el apelotonamiento en la salida y que todos fuéramos corriendo comodamente desde el inicio. Alfombra de salida, meta y puntos intermedios de control; numerosos puestos de avituallamiento, el recorrido perfectamente delimitado y protegido del tráfico rodado. Y lo más importante, en un día en el que el sol no ha aparecido y las temperaturas han sido bajas, hemos podido disfrutar del calor y el aliento de todos los voluntarios que han colaborado a que los 21.097 m de Getafe hayan sido una prueba que ha dejado un listón muy alto de superar, que aparte de cumpli con su labor, no han parado de animar a los participantes con palmas y frases de apoyo.
La Crónica
Poco antes del inicio de la carrera, nos hemos juntado los novatos (del foro de runners) en la pista de atletismo del Polideportivo Juan de La
Cierva, tras recoger el chip, y las fotos de rigor, nos desprendemos de la ropa de abrigo y estiramos. Los más valientes corren unas vueltas por la pista para calentar. Yo me niego, asumo que de los 21 km usaré el primero y los que hagan falta para calentar y no rodar un metro de más, jeje.
Nos acercamos a la salida, en la Avenida Juan de Borbón, y nos colocamos en el lado del bulevar que siendo válido también para tomar la salida, estaba tan desierto en comparación con el otro que incluso nos preguntamos si realmente se podía salir desde ahí o nos iban a echar minutos antes del pistoletazo.
Comienza la carrera, casi a traición, ya que estamos de charleta y apenas tengo tiempo para echar a andar cronómetros varios (el del Polar y el del iPod). Si bien salimos todos juntos, en los primeros metros ya se divide el pelotón de novatos. Unos van a correr que se las pelan, algunos (Ramone, Chusita y un servidor) intentaremos atacar la hora ciencuenta minutos, y el resto van en el vagón de cola disfrutando de la media, distancia en la que también debutaba nuestro presi, Grimo.
Yo llevo una pulsera con mis tiempos estimados de paso por kilómetro, y al principio con alegría, y luego con un poco de preocupación, veo que vamos más rápido que mis previsiones. Mi temor, desconociendo la distancia, es que llegara el muro y me quedara desfondado por hacer un inicio más rápido de lo previsto.
Pasamos el 10 en 53 minutos, más de un minuto de adelanto con mi plan, y empiezo a estar tocado mentalmente. Me da por pensar que hemos ido rápido y que ahora me voy a quedar, y de hecho, Ramone se va, a la caza de su tiempo previsto, que ha cumplido con creces.
Chus se queda conmigo, y nos vamos dando ánimos, estamos en el muro, los kilómetros del 10 al 15, son duros y para colmo, desde el 10 nos acompaña un aguacero tremendo que nos ha dejado completamente calados de pies a cabeza, y no tiene visos de parar.
Yo me obligo a beber aunque sea poco en cada avituallamiento, sé que es lo que debo hacer y me fuerzo a ello aunque no me apetecía lo más mínimo y me cuesta horrores llegar a beber algo mientras corro. Probablemente lo haya agradecido mucho en mi final de carrera.
Y es que cerca del 15, cuando más fea está la cosa, sin razón alguna, me empiezo a sentir muy bien, ligero y con garra, y ahí surge la locura, el "Yes, we can", y aunque el muro ha dañado seriamente mi plan de rozar la hora 50 minutos, me lanzo a intentarlo y me marcho, todavía es posible. Al pasar por el centro comercial, todavía queda mucha gente animando, y choco las manos que los niños me tienden, tienen ellos más mérito que yo por estar ahí.
No obstante, a pesar de sentirme bien, y de tener bajas las pulsaciones (mi media ha sido de 168 ppm, poco más que en los rodajes habituales), la lluvia arrecia más fuerte que nunca, uno de cada diez pasos que doy es para meter el pie entero en algún charco, y las piernas no acompañan el entusiasmo general, quizás por arrastrar las botas de buzo en las que se habían convertido las Mizuno con el kilo de agua que había chupado cada una, y por pocos segundos en cada kilómetro, me voy alejando del objetivo.
Llegado el kilómetro 20 me doy cuenta que el tiempo se escapó, y como me encuentro pletórico, me relajo y disfruto de los últimos metros de la carrera. Me da pena, siento pena porque se está acabando y yo estoy disfrutando de un momento único, irrepetible. Saboreo cada metro que falta y hago mi entrada en el polideportivo, el último hectómetro transcurre sobre el tartán de la pista de atletismo, y yo lo recorro con los brazos en alto, desafiando a los dioses que no han sido capaces con la tormenta de detenerme e interponerse en mi camino.
Atravieso la meta, tiempo neto, 1 hora 51 minutos, dos segundos, mi primera media, una carrera que dejará huella, algo totalmente distinto a todo lo que he corrido hasta la fecha, y me siento eufórico, cansado pero feliz como un niño con zapatos nuevos.
La bolsa del corredor pesa un quintal y lleva de todo, y en vez de camiseta, para conmemorar los diez años de la media de Getafe, nos dan un bonito trofeo (que pesaba también un huevo).
El mal tiempo impidió que nos juntáramos de nuevo para despedirnos. Mi padre me estaba esperando, también bastante calado, y nos vamos rápido hacia el coche.
Esta noche, cuando cierre los ojos, y el sueño esté pronto a recogerme, volveré a oír en mi mente los ecos de las pisadas, chapoteando sobre los ríos que antaño fueron calles; volveré a escuchar las respiraciones rítmicas, profundas de los corredores que me rodean, volveré a sentir el tartán bajo mis pies y veré esa meta que se acerca, esa meta que al principio de la mañana se erguía firme, desafiante, como un obstáculo insalvable, y que al final se rinde ante mí y me recibe triunfador.
Un saludo a todos y hasta pronto!!!